Recetario para la memoria
Dado el tema con que ha venido trabajando Zahara Gómez en estos últimos años, una de las primeras cosas que a mí se me viene a la mente como reacción ante ese violento despojo que es la desaparición forzada de un ser querido es: “¿Qué decir?¿Qué decir ante la cantidad de personas que diariamente son asesinadas o desaparecidas en México?¿Queda algo por decir?¿Cómo decirlo?¿A quién?”

La obra de Zahara Gómez propicia un encuentro con lo poético como una manera de decir, pero no como un adorno, sino una manera llana, tal vez prosaica, de decir.
Lo que sigue siendo para mí la solución artística y poética a ese dilema (solución inevitablemente crítica respecto al arte y la poesía) es la parte del proyecto de Zahara Gómez en la que se recuperan y preservan la memoria de las víctimas y las voces de sus familiares, pero se introducen en el discurso de la autora (discurso que en este caso sólo existe como crisis del discurso) adoptando una modalidad que está en las antípodas del luto, por lo menos de ese luto que casi siempre nos llega como parálisis y resignación.
El “recetario de la memoria”, o podríamos decir el recetario y la memoria, se conjugan como dispositivos de vitalidad y resistencia, de creatividad y acción. ¿Cómo funcionan estos dispositivos? Pudiéramos decir que colocándose en el límite mismo de lo artístico, o más bien en los márgenes de lo específicamente artístico o de lo definitivamente artístico. El recetario de la memoria está siendo elaborado con las recetas de los platillos preferidos por cada una de las personas desaparecidas con cuyas familias Zahara ha tenido contacto.

Las recetas han sido elaboradas, los platos han sido servidos, los alimentos han sido degustados y han sido fotografiados. Los ausentes han sido nombrados.
Aquí coinciden el potencial mágico de la fotografía con el ritual de la comida. La única ontología posible para la imagen es la ubicuidad. Presencia y ausencia. Ellos y ellas comen con nosotros hasta tanto se pruebe lo contrario. El acto fotográfico también contribuye a cargar mágicamente la comida, los utensilios, incluso las recetas. Y todo lo dicho y todo lo fotografiado, contribuyen a cargar mágicamente al objeto fotográfico.

Zahara Gómez acude a una operación poéticamente muy elaborada y que además roza los límites de una antropología de la violencia.
Además de su activismo y su trabajo de colaboración con colectivos de buscadoras y familiares de víctimas, su proyecto fotográfico se ubica en el cruce entre la identidad del sujeto desaparecido y un saber colectivo que articula los nexos entre individuos, familias y comunidades.
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