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XVII Bienal: Fotografía crítica y crítica de lo fotográfico (una inconformidad ante la mentira)



Diego Escorza. Mural Tzompantli (detalle), 2016

Hace algunas semanas circularon en Internet unas declaraciones de Sebastián Salgado que auguraban el fin de la fotografía y su sustitución por las “imágenes”. Nunca he creído en esas profecías apocalípticas, pero supongo que es buena oportunidad para detenernos a pensar de qué habla Salgado cuando habla de la “imagen”. Evidentemente se refiere a las representaciones virtuales y a su carácter inmaterial, efímero y desarraigado. La “imagen”, para Salgado, es lo que circula y muta. Lo que no se puede retener ni tocar. Y le concedo toda la razón. Sólo que donde él dice “la imagen no es fotografía”, yo he preferido siempre decir “la fotografía no es la imagen”. La fotografía -y aquí estoy parafraseando a Arlindo Machado- sería más bien la “realidad material” (una de las tantas realidades posibles) de lo imaginario. Y esa materialidad es en todo caso lo que tiende a volverse relativo (que no a desaparecer completamente) desde hace décadas.

Llama la atención que después de haber sido tan cómodamente asimilado el término “imagen” dentro del lenguaje fotográfico, ahora repentinamente se convierta en su negación. Al calificar como imagen a un objeto solamente se estaba reconociendo, de manera implícita al menos, su condición subjetiva. Entre tantas contradicciones a nadie le parece raro que una institución llamada “centro de la imagen” se dedique a la fotografía, pero muchos se incomodan si una “bienal de fotografía” se dedica a la imagen.

Yo diría más bien que esta Bienal de Fotografía está haciendo énfasis en lo imaginario. Y esto no comienza en 2016. Como tendencia en el acercamiento curatorial y crítico a la fotografía mexicana, ya la anterior Bienal se estaba abriendo a una investigación sobre diversos imaginarios. Lo interesante en aquel caso es que se investigaba en una doble vía: cómo encaja lo imaginario en el objeto y como se proyecta el objeto en la imaginación. Igualmente otras importantes antologías de fotografía mexicana, como Todo por ver, El estado de las cosas o Develar y detonar, constituyeron acercamientos fructíferos a un imaginario de la violencia en México, e incluso a un “imaginario de la imagen”.

Aunque lo imaginario no existe si no asociado a una memoria, lo cierto es que lo más prometedor que tienen estas exploraciones curatoriales es que nos han permitido relacionarnos con nuestro presente de una manera crítica. Las exposiciones que he mencionado, y específicamente la XVII Bienal de Fotografía del Centro de la Imagen, dan visibilidad a algunas de las expresiones más críticas dentro de la fotografía mexicana contemporánea, al tiempo en que resultan (las mismas exposiciones) de procesos curatoriales entendidos también como procesos críticos.


Diego Berruecos. Colima de la serie 26 Used to Be Gasoline Stations in Mexico. México, 2016

Debo aclarar una cosa: no necesito de Diego Berruecos para sentir lo que está pasando con la gasolina en México. Así que cuando digo “relacionarnos con nuestro presente de una manera crítica”, debo añadir: en las condiciones que propone una obra de arte. En última instancia lo importante no es la información que me da la obra acerca de un tema como el "gasolinazo", por ejemplo, sino la información que da sobre su estatus artístico y que llega a mi por una vía predominantemente estética.

Creo que hay que llevar la discusión sobre la bienal al tema que reclama toda exposición de arte: el arte mismo. Una vez en ese territorio podríamos apreciar que una de las características del evento que estamos comentando es que reúne, de una manera inédita en la historia de las bienales de fotografía, un tipo de arte predominantemente crítico en términos políticos. Aunque no me gustara una buena parte de la muestra (y de eso hablaré en otro artículo) tendría que reconocer al menos la gama de posibilidades que se abren cuando se proponen vías diversas para cuestionar la realidad, las representaciones y los discursos dominantes.

No sería la primera vez que una fotografía crítica viene asociada a una crítica de lo fotográfico. En la muestra curada por Amanda de la Garza e Irving Domínguez la crítica de lo fotográfico hace mella en al menos tres paradigmas: cuadro-objeto, impresión-fetiche e ícono-ilusión. El discurso -entendido como lo no-dicho- nos revelaría una narrativa de la inconformidad colectiva ante la grieta que se ha abierto, no sólo en México, entre las representaciones de la realidad y la experiencia de la realidad. Es decir, una inconformidad ante la mentira. Ya no tiene caso pensar la fotografía como verdad, sino como respuesta a las mentiras del poder. Con esto, la obra de arte se presenta, más que como una crítica de la realidad, como una realidad crítica.


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