top of page

Sandra Parra

Emperi-Follada

La subjetividad femenina ha sido construida en función de la dicotomía de lo masculino, con distribución inequitativa de oportunidades. La realidad desigual aún significa chocar unas contra otras, sencillamente porque algunas son más fieles a la balanza de idealizaciones que no corresponden con la realidad, siendo las principales promotoras de la subyugación a una veneración irreal de belleza. 

 

Dejar de cosificar a las mujeres es la culminación de un desarrollo cultural inminente, una lucha contra el falso empoderamiento femenino donde tu mayor virtud se mide en ser materia de deseo, esa falsa libertad que aún nos venden y nosotras la compramos sin siquiera cuestionarlo. Se necesita un cambio desde dentro para dejar de cosificarse a una misma, pasando a ser siempre un ser relativo, sexuado, aquello que tiene los órganos para ser fecundado, un ser cuya única función es ser utilizado para la reproducción, el cuidado de otros y el consumismo.

 

Un paraíso de plástico fino para la hipersexualización femenina, muñecas acaecidas, una revolución sexual que hace alusión a provocar erecciones viriles, algo que comienza desde la temprana edad y que partiendo de aquí se va desenvolviendo toda una extensa mofa alrededor de nosotras mismas, alcanzar mi máximo esplendor de belleza para ser el producto de los consumidores masculinos.  Un objeto íntimo, una expresión de “quién eres”, un objeto para estimular el deseo y desencadenar acciones o comportamientos orientados en torno a ese objeto, un objeto que te recuerda a ti y a los demás que estás disponible. Es aquí, donde hasta inútiles nos volvemos dentro de nuestros sexys ropajes en situaciones ridículas para encajar en las definiciones en función al otro, vendible, deseable, venerada, pero nunca fiel a mi misma. Porque no tengo permitido el definirme a mí misma, porque es necesario que quepa en una valoración subjetiva de belleza canónica que me degrada, sin voz, solo un pedazo de carne para ser devorado. 

bottom of page