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Algunos de los proyectos más propositivos de Sonia María Cunliffe incluyen o se originan en actos de apropiación. Aunque es una excelente fotógrafa, ella parece estar definiendo su personalidad artística a partir de la manipulación y reelaboración de documentos, textos y representaciones que le sirven de base para nuevas imágenes y discursos. Sonia María Cunliffe está imbuida de esa sensibilidad moderna en la que se origina la simpatía por el objeto encontrado, que ahora es sustituido por el texto y sometido a nuevas escrituras. Comoquiera, siempre hay un toque de azar en el origen de algunas de sus piezas más sofisticadas y, aunque en su conceptualización, esas obras terminan lidiando con la historia, lo cierto es que no responden a un proyecto con pretensiones arqueológicas o historiográficas.

 

Durante su viaje a Cuba, en el año 2011, Sonia Cunliffe tomó algunas fotografías en La Habana y otros lugares, pero lo que se convirtió en detonador de una nueva obra fue el hallazgo de una edición de La historia me absolverá, impresa con el sistema Braille. Una vez más declinó fotografiar el objeto encontrado e ideó para éste un destino más ambicioso. 

 

 

Sonia Cunliffe: Alegato

Octubre 1, 2015,por Juan Antonio Molina

La obra Alegato es un sofisticado dispositivo en el que se relacionan el objeto, la imagen y distintos niveles de textualidad. Al abrirse el libro e ir pasando sus páginas se activa un archivo de video en el que aparecen dos sujetos que también interactúan con el texto: un ciego, que lee un pasaje del libro con sus manos mientras lo dice en voz alta y un sordomudo que va diciendo lo que se supone es el mismo pasaje, mediante lenguaje de señas.

El primer subtexto de la instalación tiene que ver con lo absurdo de ese diálogo aparente entre un ciego y un sordo. El sentido humorístico de esa contradicción es fácilmente perceptible. Teniendo en cuenta la naturaleza del texto leído es inevitable que se repare en las implicaciones políticas de esta ironía. Para mí, al menos, esta especie de parodia despierta el recuerdo de esas imágenes típicas en las que un líder populista se dirige a las masas. En realidad el líder no ve a nadie; es un ciego que habla y gesticula. Las masas aplauden y vociferan consignas preparadas de antemano, pero en realidad no tienen voz propia; son mudas.

La historia me absolverá es la Biblia de Fidel Castro. Conocido como su “alegato de autodefensa”, fue el discurso que pronunció cuando decidió tomar en sus manos su propia defensa durante el juicio por el ataque al cuartel Moncada, que marcó el inicio de la revolución. Es una verdadera joya de oratoria republicana y mientras fue posible, se le consideró el programa de la revolución. Junto con La edad de oro, de José Martí, el alegato de Fidel Castro fue de los primeros libros que se imprimieron en sistema Braille en Cuba. Se entiende el lugar que ocupa dentro del imaginario colectivo en Cuba, como documento histórico, pero también como representación de la dignidad –casi sagrada- del discurso del poder (o del poder del discurso, pues, aunque manido, aquí el juego de palabras es inevitable).

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